María y Daniel tardaron en intimar. Primero por timidez y luego por problemas en la transmisión de mensajes. Les presentó una amiga en un bar de moda en el que Daniel no pudo ni enterarse del nombre de ella. Más tarde, coincidiendo de nuevo, María dedujo (o quizás se lo contaron) que Daniel es sordo profundo y que es por eso por lo que a todo, Daniel contestó que si el día que se conocieron.
Ella se dijo a sí misma que la próxima vez sería distinto. Puso, entonces, todos los medios a su alcance para quedar con él en un lugar neutro de ruidos y, además, luminoso. Daniel lo agradeció desde el primer momento, participando en la conversación y opinando. Y, en seguida, se planteó lo que se plantea el resto de mortales: “Cómo me gustaría estar con alguien como María o, directamente, con ella”.
La historia de Daniel y María fue mucho más sencilla que la del resto de los mortales. Sería la historia ideal con el único defecto de que es ficción. Apoyándonos en el dicho de que “La ceguera nos aleja de las cosas y la sordera nos aleja de las personas”, podríamos decir que a las personas sordas nos cuesta más tener una relación seria. O más acertado sería decir que nos cuesta más “tener una relación” ya que añadimos una dificultad más a los propios que de por sí conlleva el proceso de cortejo.
La timidez, la indecisión y el hacerse ilusiones son factores comunes a los que una persona enamorada (sorda o no) se enfrenta. Los fallos de la comunicación son usuales siempre, y se incrementan cuando hablamos de discapacidad. Otras discapacidades no lo tienen tan difícil como las personas sordas.
Y, aunque enamorarse es fácil e inconsciente, ejecutarlo lleva su tiempo, su paciencia, su habilidad y destreza. Tanto por parte de quien oye como de quien quiere oír, pues ambos se enfrentan al miedo al rechazo, a la incertidumbre hacia el otro y, como he dicho, a un incierto intercambio de mensajes.
Las personas sordas, quizás por comodidad o quizás porque sí, tendemos bastante a mantener relaciones sentimentales con personas con las mismas dificultades. En este caso, la comunicación puede ser fluida, el acostumbrarse es fácil y el entenderse es tan natural como la vida misma. Cada uno sabe qué necesita el otro porque es similar a lo que necesita uno.
Con o sin hipoacusia, el ser humano se vuelve un ser sobrenatural capaz de hacer lo que se proponga si está enamorado y también se confiere como dijo Lope de Vega, “áspero, tierno, liberal, esquivo; alentado, mortal, difunto, vivo”.
Nos levantamos alelados el día de San Valentín (como si estuviera hecho a nuestra medida… aunque estemos sin pareja y no vaya destinado a nosotros) y podemos pensar, sin embargo, que ese día será como otro cualquiera, sin caer en que las dificultades “especiales” que tienen las personas “especiales” a la hora de encontrar pareja se solventan, precisamente, con paciencia, calma, serenidad, filosofía y ganas, que es con lo que alimentan Daniel y María su día a día como pareja.