Están a punto de cumplir veinte años de casados. Y son muchos más los que hace desde que se conocen. Desde que ella llegó al barrio. Tendría él seis o siete años. En todo este tiempo su relación ha pasado por muchas fases. De niños y adolescentes no pasaron de ser vecinos. Benito recuerda sin esfuerzo muchos de los momentos del pasado en común. Supone que ahora, cuando se refiera a ella algún conocido hablará de “la chica que lleva audífonos” o “la sorda”. “Normalmente lo diferente llama la atención. Tendemos a señalar al que no es como nosotros -explica Benito-. No me enfado. Somos así, con un puntito de crueldad, de mala leche”.
Benito y Adela forman una pareja sólida, y en compañía de sus dos hijos componen una familia. “Yo diría que somos una familia normal -dice Benito- porque los audífonos de Adela para nosotros, los suyos, solamente son unos aparatos que ayudan a que oiga bien”.
Esa normalidad, marca de la casa, tiene mucho que ver con el carácter de Adela. Amable, dispuesta, con el reto de que los reveses no marquen demasiado. Benito puede llegar a admitir que ha habido rachas en que la que ha tirado del carro ha sido Adela: “Para mí es un ejemplo por la manera que tiene de sobreponerse a los golpes. Siempre saca fuerza de flaqueza no solo para ella. Es la primera en ayudar a los demás, sobre todo a los de su entorno. Le debo mucho”.
Benito alguna vez ha pensado que en los momentos en que Adela tiene que quitarse los audífonos se convierte en alguien más frágil. Pero la realidad le ha demostrado que está equivocado. Porque lo que ve y siente es que a su lado hay una persona serena. “Es como cuando alguien se quita las gafas para ir a dormir”, comenta.