La infancia, ese terreno de ensoñación al que muchos se refieren como paraíso perdido, esconde, en ocasiones, nada sutiles momentos de acerada crueldad. Los niños se mofan del diferente, por miedo, ignorancia o gregarismo. Una educación en valores y la madurez (que solo se consigue con el tiempo) pueden atemperar comportamientos muy poco cívicos.
Al niño en cuestión (pongamos que hablo de Madrid y que se llama Mario) una temprana miopía le obligó a llevar gafas desde los diez años. Para no sufrir una vida de rechazo por “empollón” le dio por arrimarse a los más gamberros de clase. Con ellos aprendió el innoble arte de insultar a los más débiles. Como protección. Buscando no ser él el castigado.
Mario era el mayor de tres hermanos. La casa se convertía, día sí y día también, en escenario de batallas no muy bestias. Peleas de baja intensidad. Lucha fraternal. Niños brutotes jugando a ser machos alfa.
Un verano. Ese verano en especial, sus padres decidieron que había que acuchillar el parqué y barnizarlo después. Tendrían, según mandaban los cánones, que pasar alguna noche fuera para no sufrir los rigores del vapor. La persona que se encargaría de todo había sido recomendada por un amigo de entonces (lo que viene a ser un cuñado de ahora). Ya les habían advertido. Hay que hablarle alto y de frente. Era sordo.
Sordo. Sí. Era sordo. A voces podían entenderse. No usaba ninguna prótesis auditiva. Y el hombre se puso a trabajar. Y los niños, con Mario como líder, decidieron comprobar hasta qué punto no oía aquel señor. Se colocaba detrás de él y le llamaba: “Sordo, sordo, que no me oyes”. Nunca supieron su nombre. Realizó su tarea y se marchó. Y ellos encontraron otras personas para buscar la risa.
Y pasó el tiempo, que suele poner las cosas en su sitio. Mario creció, pasó por la universidad y comenzó una intensa vida profesional que le acabó llevando a trabajar en una organización que atiende a personas con discapacidad. De cuando en vez tiene que tratar con algún sordo. Y se avergüenza en silencio de sus años mozos, cuando fue un cafre.