Intenta que no se le note, pero Carlos lo está pasando mal. No sabe lo que le sucede, pero se siente incapaz de tomar una determinación. No recuerda cuándo empezó a oír mal, ni cuándo se dio cuenta de que algo raro estaba sucediendo. En algún momento, sentado frente al televisor, intentaba descifrar lo que estaba diciendo el presentador. “Yo le oía, pero solo captaba partes del mensaje. No había ningún ruido en el salón que pudiera perturbar mi entendimiento”, explica Carlos.Solución: ahora sube el volumen a riesgo de recibir alguna queja de los vecinos. Tal vez llegue el momento en que ni siquiera la encienda para no sufrir por no enterarse de nada. Prefiere no pensarlo.
A Carlos le cuesta, mucho, plantearse la opción de ir al otorrino. Es su carácter. Pero en cambio ha navegado por internet. Así ha sabido que la pérdida de audición asociada a la edad (todavía no sabe si ese es su diagnóstico) se combina en ocasiones con ruidos o zumbidos. De momento él se salva de esto.
Desde que se prejubiló su vida social se ha ido reduciendo. No es Carlos una persona especialmente sociable, pero tampoco un ermitaño. Antes de la pérdida de audición se sentía cómodo en su casa. Salía a pasear todos los días. Le gustan las series de televisión y leer. Pero ahora huye de reuniones con los pocos amigos que frecuenta. Y se queda más tiempo dentro de su hogar.
Inseguro. Así se encuentra Carlos. Muy inseguro. Si se eleva el nivel de ruido apenas oye. Desanimado también. No ve la luz al final del túnel. A veces cree que tal vez su hermana tenga razón, que debe acudir al especialista para salir de dudas, para intentar resolver el problema.