Cuando despertó, sus problemas de audición seguían allí. Eran como el dinosaurio del célebre microrrelato de Augusto Monterroso. Habría preferido que fueran algo pasajero, pero la terca realidad le indicaba el camino. Aunque las señales le mostraban que tenía que consultar a un especialista, durante una temporada se dedicó a buscar información en internet y las redes sociales. Tampoco faltaron los “consejos” de algún amigo.
“Seguro que lo tienes son tapones en los oídos”. Ese fue el primer “diagnóstico” de Alfonso, su mejor amigo, su confidente. Y acudió entonces a la gran enciclopedia moderna que es la red de redes. Pedro sabía que en internet podría encontrar datos científicos junto a palabrería superflua. Por eso centró su búsqueda en páginas con apariencia de seriedad. En una encontró una posible respuesta a sus problemas, porque supo entonces que la acumulación excesiva de cerumen en el conducto auditivo puede provocar una pérdida de audición.
Pedro estaba convencido de que ese era el problema, porque la pérdida de audición ocasionada por un tapón de cera se presenta de manera repentina. La buena noticia es que quitando el tapón se solucionan las molestias. También se quedó más tranquilo cuando entendió que la cantidad elevada de cera en el oído que provoca la obstrucción no suele ser una dolencia grave.
Leyó que una de las causas más normales de los tapones de cerumen era la higiene en la zona, a veces derivada del uso de bastoncillos de algodón. Decidió que a partir de ese momento dejaría de utilizarlos y buscaría otras soluciones. Pedro pidió cita en su médico de atención primaria. Con un poco de suerte le quitarían el tapón en su visita, pensó.