Silvia es consciente de la suerte que tiene. Las cifras sobre el paro entre las personas con sordera oscilan, pero las más optimistas las sitúan en el 40%. Ella tiene muy claro que estamos ante un caso de discriminación, y que a las autoridades corresponde solucionarlo y a las distintas asociaciones reclamar que se hagan efectivos los derechos que les corresponden.
Muchas personas sordas trabajan en centros especiales porque los obstáculos para encontrar empleo son incontables. El primero es la entrevista de trabajo. Silvia recuerda la única que realizó, en la empresa donde lleva veinte años. Iba asustada. Recuerda que pensó en arreglarse el pelo para que no se le vieran los audífonos, pero apostó por ella misma, por sus condiciones, por su formación. Tenía sus reservas: para trabajar de secretaria y coger el teléfono con frecuencia al cabo del día igual no era considerada la persona más idónea. Su desparpajo y elocuencia convencieron al entrevistador, el director de Recursos Humanos. A fin de cuentas, había un periodo de prueba donde podría demostrar su preparación.
Por supuesto que estaba asustada. No siempre las ganas se corresponden con las acciones. Ella tenía un cierto hándicap para comunicarse con sus compañeros o para hablar por teléfono, herramienta clave de su puesto. Hubo días que lo pasó mal, pero su empeño valió la pena. Superó el periodo de prueba y continuó ejerciendo como secretaria.
Como Silvia se desenvuelve con casi total normalidad no hubo que realizar adaptaciones técnicas en la oficina para que realizara sus funciones. Pero sí aconsejó a la dirección de la empresa que tomaran algunas medidas para la comunicación, como una buena iluminación para facilitar una posible lectura labial. La sala de reuniones ya contaba con una mesa redonda. Menos caso le hicieron cuando habló de cambiar los materiales para procurar la absorción del sonido. Ella considera que el balance en la relación con la empresa es positivo.