Lo siente casi como una parte más de su cuerpo. El proceso de adaptación lo tuvo siendo un bebé. No recuerda nada de esos momentos. Para él la vida siempre ha sido con un implante coclear. Tanto en las fotos de su más tierna infancia como en los vídeos siempre aparece con el implante. Menos borrosa en su memoria está la terapia de sus primeros años. Ya entonces comprendía su necesidad para ponerse al mismo nivel que los otros niños, los que no llevaban ese aparato.
“A mí me gustaba estar en todas las salsas. Y no quería privarme de nada. No me consideraba, ni mucho menos, un niño distinto -habla Roberto sobre sus primeros años-. A la hora de jugar, yo el primero, a lo que fuera. Pero si tengo que ser sincero, casi nunca ponía toda la carne en el asador. Un cierto temor a que podía pasar algo con el implante me hacía reservarme. No mucho. Nadie lo notaba. Solo yo sabía que tomaba ciertas precauciones”.
Siempre le gustó la natación. Desde que no sabía ni andar. A pesar de que sus padres le quitaban el implante para meterse en la piscina y perdía entonces el contacto con el mundo sonoro. Pero no era un silencio extraño. Porque estaba asociado a instantes de plenitud. Quizá por eso nunca ha querido usar implantes resistentes al agua ni adquirir accesorios para poder sumergirse en el agua.
Roberto es una persona extrovertida a quien le gusta el trato con los demás. Tiene, no obstante, una manía. Algunas veces (lo hace en la intimidad de su hogar), cuando quiere no pensar en nada, relajarse por completo, se quita el implante. En estos momentos no le molesta el silencio. Es poco el tiempo que necesita. Luego vuelve a la carga, de alguna manera renovado.