Sucede que a veces el destino, la casualidad, la persistencia o simplemente la vida nos lleva por caminos que no habíamos pensado recorrer. Benito, durante sus años más jóvenes, se cruzaba con Adela y nada más. Era otra chica que vivía en el barrio. No conectaban. No tenían amigos comunes. Como sucede con mucha gente. En aquellos tiempos ella todavía no llevaba audífonos. Pero un día (que Benito recuerda con casi todos sus pormenores) coincidieron en un concierto de las fiestas del distrito. Ella acudió al evento acompañada de un grupo de amigos. Él había perdido de vista a las personas con las que iba. Mientras las buscaba, su mirada se topó con los ojos de Adela, que no dudó en hablarle.
— ¿Qué pasa vecino? Pareces un poco despistado.
— He perdido la pista de mi gente. Seguiré buscando. O mejor me quedo ya con vosotros.
Benito fue recibido con simpatía por el grupo de Adela. A algunos los conocía también del barrio. Lo que empezó por una coincidencia pronto iba a tomar otros derroteros bien distintos. Se descubrió intentando quedar bien con Adela. El ruido de la música y la algarabía impedían un poco que fluyera la comunicación. Sobre todo para Adela, que tenía que hacer muchos esfuerzos para entender lo que le decía Benito. Ahora cuando él piensa en aquella primera cita casual se da cuenta de que ella ya mostraba signos de su discapacidad auditiva. A los dos les apasiona la música. Y de muchos estilos. La oyen en casa, en el coche, en distintos dispositivos. Disfrutan mucho de la música en directo, pero Adela prefiere conciertos en pequeñas salas. Es la mejor manera para poder captar todos los detalles.