Teresa tenía una pequeña pérdida auditiva, detectada en la infancia. Su levedad le permitió llevar una vida normal en casa y en el colegio, sin inconvenientes en el estudio. Pero a partir de los 20 años surgieron los problemas. De hecho, su madre, se dio cuenta de que cuando la llamaba por detrás a veces giraba por el lado contrario.
Desde ese momento sintió que los pequeños problemas de antaño eran maravillosos en comparación con la nueva realidad. De poder seguir el día a día a encontrarse completamente bloqueada. Una serie de acontecimientos luctuosos en el seno familiar completaron un panorama bastante negro.
Pero no se rindió. Ni ella ni su padre. Su progenitor se planteó llevarla a Estados Unidos, pero el otorrino le convenció de que los tratamientos en España eran los mismos. Solo había que esperar a que alcanzase determinado límite para poder realizar el implante. A pesar de las buenas intenciones de su padre, sus obligaciones laborales le impidieron acompañar como le hubiera gustado a su hija por consultas y pruebas. Ella es decidida: “Soy yo la que más se ha movido porque veía que se me cerraban las puertas”.
Ella cree que la discapacidad auditiva la ha privado de seguir estudiando. En determinado momento quiso retomar las clases, pero se dio cuenta de que le iba a resultar muy difícil: “Puedes advertirles de que no oyes bien. Y te hacen caso. Pero al segundo día ya se les ha olvidado”. Si hubiera podido habría cursado Educación Infantil. Le encantan los niños. Considera que está en una tierra de nadie muy complicada: “No soy sorda profunda ni oyente”. Pero lucha todos los días para que la vida le sonría. Gracias a los implantes.