Su dedicación a la informática no es fruto del descarte. “Voy a ser lo más sincero que pueda -explica Roberto-. Me he dedicado a esta profesión porque es la que prefería. Nunca pensé que mi sordera me iba a privar de trabajar en lo que me gustaba. Podía haber estudiado Medicina o cualquier otra carrera. Pero he hecho lo que quería. Se puede decir que soy una persona afortunada”.
No ha querido Roberto especializarse en aplicaciones y programas para sordos: “Hay otras personas que se ocupan de hacerle la vida más sencilla a los que tienen discapacidad auditiva. Yo, en cambio, quería trabajar en un campo que no tuviera demasiado que ver con la sordera”.
Roberto se considera un privilegiado en materia laboral: “A pesar de mi implante coclear, o tal vez porque me permite competir en casi igualdad de oportunidades con las personas sin problemas de audición, no he estado prácticamente en el paro. Mis amigos dicen que soy bueno en lo mío. Pero no puedo olvidarme de que la mayoría de esta colectivo forma parte de las listas de desempleo, un 50%, según las estadísticas”.
Roberto es testigo de cómo las empresas desconocen la dificultad que las personas con discapacidad auditiva tienen para comunicarse con un grupo, para hablar por teléfono o cuando hay mucho ruido de fondo. Por eso, aunque él podría desenvolverse sin las medidas que garantizan el derecho a la igualdad de oportunidades de las personas con discapacidad, logró que en la compañía donde trabajaba se adoptaran una serie de modificaciones: buena iluminación para facilitar la lectura labial, el uso de mesas de reunión ovaladas para hacer posible mantener el contacto visual con los participantes en las reuniones y el acondicionamiento acústico para que se eliminara la reverberación. Lástima que la crisis se llevara tantas cosas por delante.